La música es de todos

29.7.09

El relámpago

Señoras y señores, con ustedes: Mauro

(respecto de "Mi columna de rock" de Fogwill)
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Acerca del texto, diría que es muy valorable por cómo pone en relación las formas del dominio con las formas del arte (eso resulta bastante obvio). Pero (porque a Fogwill no le gusta el rock, porque Fogwill no puede vivirlo así como lo vivimos nosotros por haber nacido un poco antes de la década del 50 y por otras razones que sería largo detallar) se podría decir que su reflexión resulta incompleta, o estaría de alguna manera soslayando el hecho de que son esas victimas del dominio capitalista de las que habla el texto las que usaron esa electricidad no para matar, no para "verduguear", sino para hacer arte.
Al tocar el himno de USA con su guitarra eléctrica, Jimi Hendrix está dando cuenta de ese dominio, haciendo que ese dominio resuene justamente en el himno de EEUU, y es por eso mismo que puede liberarse de él. Quizás no haya otra manera de alcanzar algo que no es la libertad pero sí la promesa de una libertad, que (aquí y ahora, o en woodstock) no nos es posible conocer.


(Andy Warhol: Little Electric Chair, 1965)

Mi columna de rock (publicado en Vigencia, 1982)

Hace un tiempo que estudio la silla eléctrica. ¿Por qué la civilización que tiene tantas formas eficaces de matar se copó de repente con este complicado método? Vi filmaciones de la silla eléctrica en acción: la máquina produce una muerte horrible, como todas las muertes. Hay un instante en el que la víctima no puede zafar, porque se han cuidado de atarla por los pies, las rodillas, la cintura, las manos, los antebrazos, el cogote y la nuca, y el cuerpo se sacude mientras quien mira (el público, los jueces, los verdugos) no puede definir si el movimiento es una defensa natural del cuerpo que quiere permanecer viviendo, o si se trata de una simple consecuencia del paso de los restos de la corriente por esa forma que ya no sería más que un cadáver. A mi jamás me gustaría morir en la silla eléctrica, pero aquí no se trata de exponer mis preferencias, sino de analizar la inclinación de la cultura contemporánea hacia las cosas raras. Montar un gabinete de silla eléctrica cuesta un fardo de dólares: instalaciones especiales, cableríos, consulta con técnicos y con ingenieros. Tener a mano un gabinete con silla eléctrica es de lo más antieconómico y exige el concurso de un par de verdugos expertos que pasan la mayor parte de sus días ociosos, a la espera de la ejecución, cosa que ocurre muy de cuando en cuando. Si las cárceles y las instituciones jurídicas y penales de un país cuentan con personal armado, con balas y con precisas máquinas de matar, y si es tan eficaz la práctica del tiro al pecho, o del tiro a la nuca: ¿por qué dilapidar esfuerzos en el montaje de una antieconómica silla eléctrica? La respuesta es que cada civilización elige una forma de asesinar (de "verduguear") que la representa, y que dice de ella algo más que su natural necesidad de eliminar la gente que le sobra. Hubieron pueblos que tiraban sus víctimas a las fieras: querían decir que las sometían al horror de la naturaleza en estado salvaje. Otras culturas sometieron a sus penados al apedreo: así los enfrentaban al horror de la muchedumbre, convertida en salvaje por la exaltación colectiva de la violencia. Otros pueblos te quemaban: el horror del fuego, esa fuerza inexplicable, demoníaca o divina. Es posible que la impecable acción de la guillotina, su capacidad de trabajar rápida y silenciosamentedando cuenta de filas industriales de condenados, y su imposibilidad de error, guarden una correspondencia de fondo con el ideal de formalismo burgués que impregnó a la Revolución Francesa. Cuando hace casi cien años unos anglosajones inventaron la silla eléctrica, descubrieron una nueva forma de horror: el que promete una civilización que controla las fuerzas invisibles de la naturaleza. Cada víctima filmada, fotografiada o anunciada es un aviso publicitario que proclama que así como una sociedad de cazadores arrojaba fieras y tal como una sociedad de sacerdotes te hacía apedrear por los libres de culpa, una sociedad tecnológica también te procura la muerte por medio de las fuerzas que se complace en dominar. En este caso, la electricidad que alimenta las sillas. La misma que alimenta, invisibles, a las picanas eléctricas. Si bien hay mil maneras de torturar, con la picana no sucede lo mismo que con la silla eléctrica. El uso de la picana tiene motivos técnicos y económicos. Es práctica, es portable, su empleo no es ruidoso ni peligroso para el operador, no produce sangre ni heridas graves y cualquiera puede aprender a manejarla en unas pocas sesiones. La picana eléctrica, dotada de potenciómetros y voltímetros, permite modular su aplicación, y esa graduabilidad se ajusta al verdadero objeto del aparato: la picana no es una máquina de torturar sino una máquina de buscar información. Los que poseen modernas picanas eléctricas (y esto es curioso: aunque son propiedad del Estado nadie ha devuelto los centenares que estuvieron en uso durante los últimos años) sólo las usan para averiguar; pues tienen métodos más eficaces que la propia picana para provocar tormentos. La amplificación electrónica del sonido, que comenzó subrepticiamente en la década del cincuenta (la picana comenzó a emplearse más o menos subrepticiamente en la década del treinta) se volvió casi obligatoria desde los Beatles. La amplificación electrónica de las cuerdas tiene una serie de ventajas para la música contemporánea. Preguntarle a un músico de rock si estaría dispuesto a abandonar los recursos que la electrónica puso en sus manos sería como preguntarle a un especialista en información si estaría dispuesto a prescindir de la picana, que es para su profesión un complemento insustituible, y un compañero tan inseparable como son el cable, la llave DIN y los Fenders para el músico joven que se empecina en emitir los sonidos que su joven público demanda.

Extraído de Los libros de la guerra, Ed. Mansalva, 2008

1 escucharon:

Anónimo dijo...

drogadiltos (?)