Esto no es un manifiesto

Últimamente leyendo notas, blogs, escuchando lo que piensan algunos amigxs, puedo ver claramente el fantasma de lo que fue. El fantasma de lo que fue está todo el tiempo patéandote los tímpanos, diciendote que nada es tan bueno como supo ser. Nos acordamos de recitales, de bandas y revistas que ya no son lo que eran. Pensamos en barrios, en amigos que ya no son iguales. La comida ya no tiene el mismo sabor, el cielo no tiene el mismo color, la caca de los perros tiene más olor que antes.

¿Qué ganamos con esta nostalgia eterna? ¿qué nos proponemos para el no-futuro que nos espera, para este presente tuerto, cojo y manco?

Disculpen chicxs, pero yo me voy a vivir un rato. Sí, puede ser que estaba mejor escuchar a Massacre con 20 personas en el sótano de un antrucho, o que la movida nocturna era diferente, pasabas coimeando a cualquier lugar. Pero esto es lo que tenemos ahora. Y no está para nada mal. Y aún, si está mal, ¿de qué nos sirve lamentarnos por lo que ya no es? Es necesario no conformarse más. Mientras tanto yo voy a tomarme una cerveza con mis amigxs al bar de siempre, donde me reciben con sonrisas. Voy a bailar frenética con las bandas que me gustan a los lugares que están abiertos hoy en día. Prefiero esas emociones vivas en mi cuerpo, que estar lamentándome por algo que supo ser pero que ya no es más, guardando emociones en cajitas de cristal, arañando recuerdos, conformándome con esas migajas.

Si pensamos así, si añoramos el rock que ya no está, la movida que ya no es más, si tenemos a Cemento y el Arlequines en un altar y al under de los 90s como insuperable, somos muertxs en vida. Nuevamente pido perdón por no unirme a este frenético malestar irremediable y lxs invitx a que sigamos en la búsqueda de lo vivo, lo que patalea, respira y siente. Basta de cadáveres. Basta.